Prometí y regresé, claro, para castigarlo, este caballo realmente merece una lección adecuada. Lo vuelvo hacia atrás para que tenga el culo totalmente a mi disposición para un buen acarreo. La látigo es bastante rigido y con cada golpe puedes escuchar el ruido y sentir el dolor. Lo azoto sin piedad y sin cesar hasta que su piel primero se vuelve rosa y luego rojiza-púrpura: me enojé fieramente en ambas gluteos y también en el ano. Cae al suelo, toma mi saliva y parece haber aprendido su lección.