La dominatrix entró en el cuarto con el vientre más pesado que nunca. Necesitaba deshacerse de sus heces, o lo hacía una avería en público. Quitándose primero la servilleta, empujó lo interior en la boca, donde esperaba la cabeza de una manada de heces sucias. La esclava de la heces miró la servilleta inquietudamente antes de intentar lamer el centro. Sabía que tenían el sabor de jugos vaginales, y él la amaba. ¡Qué delicia! Aunque no era algo que normalmente consumía, la inodora era agradecida por lo que se le daba. Es la marca de todos los buenos inodoros. Sujetando sus pantalones rosa, la dominatrix cerró los ojos y se concentró en el dolor suave en el vientre. Sabía que iba a ser una gran cantidad, así que se preparó para una tormenta de heces. Comenzó a salir en gruesos, marrones salsichas, una detrás de la otra. Las heces se deslizaron de su estrecha orina, cayendo en una pila alta sobre la cara de la esclava de las heces. Las heces eran delgadas y marrones, y tenían un olor poderoso, encolorando el aire de la habitación entera. La esclava de las heces tuvo dificultades para mantenerse al día con este plato, ya que ya había heces empacadas cerca de su garganta. Sonriente de su trabajo, la dominatrix toma un último vistazo a la boca llena y húmeda de la esclava de las heces y sube sus pantalones rosa.