Llegó a mí una joven, con sus deseos y sueños. Quería jugar, probar el sexo anal y la sumisión. Estuve dispuesto a hacerlo realidad. Ella creía que sería una diversión, pero cuando la atíje, el juego se convirtió en mis reglas. En mí despertó la bestia, hambrienta de cuerpos jóvenes. La colocé en todos los orificios. Fuckeo repetidamente con una estrapon anal rígida y incluso sus lágrimas no detuvieron mi avance. Sabía que eso era lo que deseaba: ser humillada, aplastada, sumisa. Sus ojos brillaban de felicidad