Eiji cayó al suelo y se cuidó de no mirar a sus señoras directamente a los ojos, porque eso le valdría varias palizas en el rostro. Las señoras mayores sonrió cruelmente al ver tan débil al esclavo, con su boca tonta abierta y suplicando por orina fetidísima. La señora mayor había guardado su orina durante horas, así que pudo desbordar en la boca insignificante del esclavo. Su orina tenía un color y un sabor horribles porque ya estaba estancada. Pero el esclavo no permitió que una gota de ella se escapara de su boca. Su estómago temblaba de la sabrosidad y la consistencia de la sustancia, pero ingirió obedientemente durante un minuto. Su estómago se quejaba de estar lleno de orina estancada.
La señora menor tenía un mal aim y orinó por encima de la cara del esclavo. Su orina le quemaba los ojos, y le creó una toner salada que él desearía poder bañarse en ella. La orina de la señora menor era clara y amarilla, y perfecta para una comida diaria.