El esclavo Pe. visitó a mi habitación de estudio. Le puse una paliza a su trasero de esclavo con el batidor de alfombras hasta que estaba realmente rojo. A sus pies, frente a sus ojos, me puse a orinar en el cuenco que reservaba para luego, pues quería aún mezclarlo con mi heces, que había depositado previamente en su cara. Con esta mezcla, luego lo encerré en el oscuro almacén. Volví a mirarlo y le sumergí la cabeza en el cuenco con mi tacón de tacones.