Estoy con mi amiga Dula y hoy queremos divertirnos con la espalda de este esclavo hasta que cambie de color. Somos tan hermosa y tan sadista, queremos jugar con todo el arsenal que tenemos a disposición, pero comenzamos lentamente con dos látigas de montar. El esclavo sufre nuestra malicia sin poder disfrutar de nuestra hermosura estatuaria porque está atado con su cara hacia el muro: solo su espalda está dirigida hacia nosotros y solo allí desbocamos toda nuestra sadismo. Alternamos herramientas de azotadas y distintas látigas, somos misericordiosas, hermosas y dominantes como marcas indelebles comienzan a aparecer en su piel. ¿Y tú, en su lugar, hubieses preferido golpes al abdomen solo para tener la oportunidad de admirarnos?