Hoy dentro de mi jaula hay un esclavo que aspira entrar en mi harém, pero tendrá que superar un durísimo examen para lograrlo. Abro el jaula y sale el esclavo, que he nombrado el “esclavo de la vaca” por las manchas que tiene en su piel; además, para la ocasión, también posee una agradable cola que sale de su ano y un cinturón de castidad cuya clave está colgando alrededor de mi cuello. Escucha mi voz solo por momentos debido a la máscara de privación sensorial que le impuse, pero antes de retirarla les dejo un “sorpresa” en el camino: quiero que sienta la sorpresa con sus manos antes de sus ojos. Quito su máscara y le explico que el examen para superarlo es una acto de homosexualidad impuesta: un buen soplobuco al esclavo de sorpresa y si estoy satisfecha, liberaré este miserable pepito entre sus piernas… Comienza a lamer y sucionar mientras estoy apretando su cuello con la mano para que tome todo en su boca. Después de un tiempo en sus rodillas, lo hago sentarse en el suelo, reposa con su espalda contra mis piernas para que tenga una visión perfecta: abrazole desde detrás y disfruto estimulando sus tetas mientras lo animo a lamer mis bolas también. Es suficiente, desmiso al esclavo de sorpresa, muestro la clave para liberar su pequeño pene, pero… no, lo liberaré otra vez…