Estamos sentados fuera en el porche de esta hermosa villa. Está frío y para calentarnos decidimos fumar un cigarrillo. Nuestros sirvientes, arrodillados a nuestro lado, servirán de asientos humanos. Llenamos sus bocas de cenizas y les espolvoreamos, divertidos de la situación y la humillación que estamos infligiendo a ellos. Lanzamos humo en sus rostros, obligándolos a inhalar humo de segunda mano. Apagan las cigarrillas en sus lenguas y, para terminar, les hacemos ingerir los filtros.