Mi amiga Gea y yo nos sentamos cómodamente en el sofá con un esclavo ya en rodillas a nuestros pies. Miramos a él y comentamos que tiene una cara muy palpable. Para su parte, provoca a nosotros diciendo que no tiene una cara de palpadas sino que es un gran chiste y es difícil encontrar otro como él. Nuestra respuesta: ¡Gracias a Dios!. Y así empezamos a palparlo! En un momento nos reímos porque con cada golpe su cabellera se mueve y es ridículo. Él mismo se reíe porque sabía que era un payaso y en cualquier caso se divierte de la idea de que nos divertimos. Nosotras lo palpamos con más fuerza. Gea reíe mucho. Le explica cómo ofrecer sus mejillas a nuestras manos. Luego propone contar los golpes y llegamos a casi 150. Continuamos palpando esa cara provocativa. Luego nos cambiamos de posiciones y continuamos con la castigo. Siguiéndonos comentando su cabellera y manteniendo una atmósfera divertida. Hasta que comienza a molestarme. Gea también se está haciendo impaciente. El esclavo tiene sus mejillas en llamas y pide que detengamos. Nos concedemos el indulto solo porque tenemos otras cosas en mente…