Dos esclavos desnudos colgados de sus muñecas como tres salchichas están listos para probar mi látigo en un concurso de resistencia que verá a uno rendirse a la vez. Soy su sadista Señora, completamente vestida de cuero rojo, rojo como las espaldas de ellos se convertirán bajo mis golpes. Tengo un látigo en cada mano para golpearlos sin parar y inmediatamente comenzar a probar su resistencia. El esclavo central grita más que nadie y en efecto es el primero en rendirse y pedir clemencia. Los otros dos continuan sufriendo bajo mis golpes hasta que queda solo uno para medirse a mi látigo: para el final espectacular, los dos esclavos eliminados contarán los golpes que infijo al último que queda de pie, hasta que su espalda de rojo se vuelva purpura y se rinde a la quincuagésima paliza. Disfruto tocar su carne cálida y herida mientras gracian.