Este esclavo supplicó y supplicó durante días para ser capaz de adorar mis pies, para poder besarlos, olerlos y lamerlos y finalmente les doy permiso, pero a condición de que después disfrutaré de él de mi manera. Acepta sin darse cuenta, sin saber que había firmado un cheque en blanco que determinaría el final de sus testículos. Y en efecto, después de permitirle adorar mis pies descalzos, las mismas piezas empiezan a golpearle cruelmente, una de mis prácticas que me diverten mucho: me gusta escuchar el sonido de los huevos volando bajo mis golpes. Los golpes en los huevos se suceden duros y sin descanso, alternando incluso con algunas rodillas hasta que se desmaya en el suelo, donde puede adorar mis pies de nuevo.