Este esclavo sabía que había cometido un error, pero está terriblemente asustado de la castigo, sabía muy bien que las manos que no había utilizado lo suficiente ahora tendrían que ser aplastadas misericordiosamente con mis tacones. Camino sobre él y por lo mismo lo azoto con una látigo si atreve a tocar mis pies; oyo las huesudas de mis dedos mientras él reza por misericordia y se disculpa sin cesar. Trampo con ambas el taco y el talón, ambos igualmente rigidos y mortales, y luego también me hago cómoda lo suficiente para que pueda aplastarlos incluso sentada. Nunca se calla y por lo tanto también intento aplastar su lengua, la cual en el momento le hago poner entre mi pie y el zapato… Solo detengo cuando veo que estas manos se vuelven moradas con bruises!