Intercepté a este tonto en el tren que se masturbaba mirándome. Creía que no me daría cuenta? ¡Qué tonto! Y luego tocándose sin mi permiso… No pudo escapar. Me convinqué que fuera a mi casa, pero sus expectativas como hombre fueron desapointadas. En realidad, lo até, sin posibilidad de masturbarse porque confesó que era un inveterado pervertido, y ahora ha estado recluido por 48 horas sin beber ni comer. Voy a ver cómo está… Llevo en la mano un número y un revista, de manera despreocupada. Está atado. Le doy un patetazo y se recupera un poco. Solicita beber, está deshidratado. Le doy otro patetazo y le pego, poniendo de este modo que a partir de ahora lo haré según mi decisión. Regreso con leche y un platillo, pero veo que toca sí mismo mirando una foto del revista que había dejado en el sofá. Me enojo. Y además, me vuelvo más sádica. Le daré una bebida, pero solo unas gotas de mis pies. La fuente llena a pocos centímetros de su cara y él, que no puede beber! Y no solo eso… También tendrá que masturbarse a mi orden, respetando mi voluntad y mi cuenta. Al final beberá la leche mezclada con su propia semen y saliva, mientras con mis pies mantengo su cabeza sumergida en el líquido, como si lo estrangulara.