Sentada en mi nuevo trono humano, decido que tal vez está más adecuado como un alfombra, así que me levanto para pisotearlo. El esclavo se resiste, camino, salto y patalo incluso en el rostro y al mismo tiempo parece que también se enorgullece: justifiable dado mi cuerpo perfecto y estas piernas envueltas en tijeras de nylon negro. Ahora que lo he pisoteado bien quiero verle venir a mí como un signo de gratitud, pero solo le doy cinco minutos, cinco muy largos y muy cortos minutos. Lo animo a masturbarse mientras lo miro de encima pisoteándolo, lo guío con mi voz sensual, no puede resistirse y en efecto después de unos segundos llega a cumplir y disfruto sujetando cada gota hasta el último gotito con mis pies.