Dos esclavos atados para dos sadistas damas. Mi amiga Señora Gaia y yo les golpeamos las caras hasta que se vuelvan rojas. Desnudos y atados a la cruz, no pueden hacer más que sufrir nuestros golpes: con la palma de la mano, con la parte trasera de la mano, con las dos manos al mismo tiempo. La rojediza comienza a aparecer inmediatamente y solo nos detenemos para que ambos puedan intentar todas las cuatro de nuestras manos.