Hoy daré a mi esclava un sabor de mi variedad de látigos. La conduzco hasta la X-cruz, allí la ataré y en cada paso escucho el sonido de las pequeñas campanas que colgaban de labios de su vagina: me gusta eso porque así siempre sé donde está mi esclava. Retiro las campanas y la até a la pared del muro al cruz, de esta manera tenía su espalda y su culo a mi disposición. Comencé con una látigo a nueve colas y con cada golpe escuché sus gemidos, pero quizás es más placer que dolor y en realidad su vagina se mojaba más y más, la sentí con la mano y luego la hice lamer y sucir el jugo de su placer, el mismo placer mío. Continué cambiando dos más látigos, su espalda se volvió roja, gemía y se mojaba más y más: toquéla con mis botas también, la suave piel de cuero negro se mojó con el jugo de su vagina y cuando la liberé tendrá que arrojarse al suelo y limpiarla de mis pies.