Sentada en el sofa, el esclavo arrodillado a mis pies, escucha lo que tengo que decir. Unas horas atrás me puse a patarlo en los huevos y los talones de mis zapatos dejan ver sangre. Inconforme porque un esclavo no puede permitirse lastimar mis zapatos, ordeno que me masajeen mis pies y deje que me relaje para no pensar en lo sucedido… Pero cuando parece que estoy a punto de calmarme, comienzo a patarle los huevos hasta que se arrodilla a mis pies y me rinde. Mi sonrisa está de regreso ahora, porque castigue a él y su pene siempre estuvo en escena.