Mi esclavo está atado a la silla, estará tanto espectador como protagonista de un concierto muy especial. Camino alrededor de él, aumento la excitación, hago que sienta el peso de mis tacones de estilo y luego me sento encima. Desde ese momento, su rostro se convirtió en el instrumento de mi concierto de palizas. Lo golpeo repetidamente sin cesar con ambas manos y disfruto del sonido de sus mejillas. Unas breves pausas en las que permito que adore mis manos dejarle descansar sobre su rostro, luego me levanto y continúo desde diferentes ángulos hasta que su rostro está muy rojo.