Hoy mi esclavo apareció con calzas horribles, simplesmente inverosímiles, tan feas que merece un castigo ejemplar. Arrojo esas desagradables calzas de lona, no quiero verlas alrededor de mí y comienzo a matar su pene que sobresalía por la tabla. Lo espeté con mis talones afilados, luego me pongo sobre la mesa y aplasto esa vermícula mientras grita en dolor y intenta detenerme. Continúo sin zapatos esperando que pueda aguantar un poco más, pero sigue gritando hasta que me compadezco de él y detengo.