Tres diosas, éramos lo que soy y mis dos amigas y mientras descansamos en el sofá, nuestros esclavos se acercaban y preparaban para rendernos culto. Pero hoy nuestras perfeccionadas y desnudas extremidades no estaban allí para ser admiradas, sino para dominar y humillarlos: nuestros pies entrarían profundamente en sus bocas hasta el límite de la aguijón. Sin movernos del sofa abrimos las bocas de los tres esclavos que se encontraban delante nuestras, insertamos algunos dedos, tacones y luego todo el pie, empujándolos duro hasta el límite de vomitar, llevándolos a la misma frontera en la que fluía abundantemente su saliva sobre nuestras extremidades.