Hiroto se inclinó cuidadosamente ante su Señora, garantizando que adorara incluso los puntitos de sus dedos. No le estaba permitido mirar directamente a las otras esclavas de pie en el cuarto, pues ello sería su deshonra como esclavo de orina. La esclava ordena que se postre en el suelo y lleve el botella de orina sucia en su boca. Sus dientes de edad se apretan sobre el botón gnarra y espera su suerte. Una de las esclavas más jóvenes se levanta y dice que su vejiga está a punto de estallar. Sonríe y se posa sobre la botella de Hiroto, dando un poco de peso para que el plástico hundiera en su boca. Hiroto la olería antes de poder verla – un flujo grueso y pungente de orina que le era suficiente para ahogarlo. Era tan salada que su garganta reaccionó, haciéndole amarillar el botón incluso más. La esclava se riñó de sus penas y tomó su tiempo en la botella antes de levantarse. Aya la Cruel, dueña del mascote de orina, le sacó de allí con su cadena y ordenó que agradece a las otras cruelas esclavas. Él ingirió el sabor restante en su boca y saborizó la salide en su garganta. Se inclinó humilladamente, mostrando el despreciable mensaje grabado en su espalda. Será llamado de regreso a sus deberes de baño muy pronto.