La cabellera corta y morena de Noa coincidía perfectamente con los gruesos cables que la mantenían estirada y atada aferrada al baño. Su vagina estaba expuesta para que todos la lameran, la tocaran y la penetraran, y sus manos estaban donde debían estar, atadas a durmiente y sin movimiento. El Gerente era un hombre corpulento, tal vez en su cuarenta, pero poseía un golpe despiadado que destruyó por completo el estrecho pabellón de Noa cada vez que se inclinaba por el sadomasoquismo del baño. Después de algunas rondas, él recibe una enorme enema lleno de un fluido feo amarillo y rojo. Empuja el puntero y la boca de Noa se abre en horror al verlo llenando sus cavidades con el fluido extraño del enema. Noa gemía mientras su vientre se llenaba, y las cadenas se tensaban aún más alrededor de sus piernas y brazos. Sentía impotente mientras el Gerente la penetraba con tanta panza llena.