Somos tres sadistas damas y tenemos a un esclavo en rodillas y en sus calzas. Su espalda es tan blanca, inmaculada, sin raya… debemos arreglarlo inmediatamente y darle un hermoso color rojo brillante! Así pues, mis amigas y yo nos armamos con látigos de cola de nueve cañas y empezamos a golpear incesantemente. Es un concierto de golpes, el ruido de las flagelas que se rompen está acompañado por las quejas de dolor de este miserable hombre, al menos ahora su espalda está empezando a tomar el color correcto. El esclavo, después de una primera caída en cuatro patas, cae por completo al suelo pero nosotras no detenemos hasta que escuchamos su súplica por misericordia: solo entonces le permitimos arrastrarse lamiendo nuestros pies desnudos.