Este chico es como un perro adorado, siempre me sigue a las calcas, por lo que decidí tratárlo como uno. Le ordené que se pusiese un traje de perro y el perdedor obedeció. Luego me senté encima de su cara, tomé una profunda respiración y descargué los desagradables restos de mi comida del día. Él los toma todo, manchándose la cara con las heces sucias y lamiéndolos de sus labios.