Presionando sobre el vientre de la esclava de heces, que empezó a gurgitear debido a que no podía respirar adecuadamente, la Señora Erika agarró su cara y empujó sus dedos en su boca, para despejar su garganta. Empujando sus dedos en su boca, ella giró con los tonsil hasta que sintió que estaba a punto de vomitar y reventar. Una torrente calida, balística de vómitos se levantó y estalló, y la Señora Erika colocó la mano sobre la boca de la esclava de heces para detenerlo. El vómito rellenó su boca y la Señora Erika sonrió mientras observaba a este lucharse con las ácidas quemadas de su propio vómito en garganta y boca. Gagando y soplando, se inclinó a un lado, liberando granos de arroz y carne indigestos en el suave piso de madera. La señora lo empujó de regreso a la espalda y continuó sorprendiéndolo con la heces más grande que jamás tendrá la suerte de conocer. No podía ver nada debido a su ciegueña, pero sintió el punteado de la heces grande tocando su nariz primero antes de invadir su valiosa boca. El punteado era grueso e irregular, y tenía un fuerte olor a carne y queso podrido. La señora gemió al empujar más, liberando pequeños flatulencias y ruidos sucios mientras la heces grande evacuaba y rellenaba fuera de su estirada vejiga.