Desnudo solo hasta sus calzas, el sargento aún estaba en choque al ver a las dos amos apretar su cabeza sobre el inodoro y apuntar con sus orificios urinarios. Un fuerte chorro de orina, suficiente para una cubeta, se desbordó en su boca. Luchó por ingerirlo todo, y la elixir salado fluía por su garganta, llenándolo por completo. Forzando su cabeza hacia el inodoro, se sumergió en el agua sucia y fetida allí, antes de que se separaran sus labios para que pudiera sucionar un botito. Así era su nueva vida ahora. Y sintió que le gustaría.