Estoy recuperando a la esclava que me esperaba de rodillas delante del trono durante dos horas, atada a clips en sus tetas. La saco de las cadenas unidas a las pequeñas tetas y sufre, pero al mismo tiempo gracias a mí por la atención que le doy y por la visión de mi cuerpo.
La ato a la cruz. Habla demasiado y eso me molesta. Rasgo su espalda y en el momento mismo me imagino cuál látigo utilizar. Tomo el más cruel que tengo, en pieles enteras. Y comienzo a azotarlo, por ambos lados. Lo azoto más duro y más duro, lo hago bailar. Sus gemidos se mezclan con gracias. Insisto. Su oración de clemencia llega con el último aliento que tiene quedado desde que las palizas me han metido en apuros…