Escuchas latir… es mi perro encerrado en jaula. Voy hacia él sosteniendo el collar en mi mano. Ella asusta con gozo porque sabía que es hora de salir a caminar. Abriro la puerta y acerca. Tiene pinzas dentadas en sus mamelas. Las dejé allí como un símbolo de pertenencia y castigo. Y allí coloco el collar, así que cada tirada es un dolor para ese animal. Salgo a caminar. Huele mi olor, está feliz de que vine a recogerlo, pero al mismo tiempo siente dolor en sus mamelas. Después de sentarme cómodamente, tengo mis botas limpiadas con su lengua. Un buen perro así sirve a su Señora!
Pero ahora quiero que se vuelva mi caballo y que me lleve a caminar. Preparo a él colocando dos bridles siempre conectados a las pinzas y monte en él. A veces me gusta que me agarre por los talones y me levante a dos piernas. Llego hasta su límite y se desmaya al suelo. Dejo mis botas besar, le doy una tira en sus mamelas de nuevo y me va dejar allí.