El preso se encuentra en el suelo frente a mi trono: atado por un cinturón de cuero rigido, tiro una cadena unida a su cuello. La pena para él será sufrir asfixiado bajo mis cuartos de cuero negros. Me siento encima de él, aplastando su cara y nariz hasta que se deforme. Al presionar y moler, el sonido de la piel supera los gemidos de este vermín. Hago que tome de mis tacones usando su boca, para ser más libre en mis movimientos y aplastarlo aún con mis pies descalzos. Ha resistido lo suficiente, pero necesita mejorar: unos golpes suficientes y ordeno que desaparezca de mi vista.