Hoy mi amiga Victoria me presenta a uno de los caballos de su establo, no el mejor según ella, pero solo estamos aquí para probarlo. Primero querríamos escuchar su mugido, emite un sonido muy timido que no es suficiente para nosotros, pero luego de insultos, gritos y látigas podemos hacerlo mugir a nuestro gusto. Victoria me muestra cómo lo entrenó, sube a la silla y me muestra una serie de pasos que inmediatamente me hace querer probar. Tomamos turnos montándolo durante un tiempo para agotarlo y en realidad después de algunas vueltas cansa y se desmaya al suelo. Pero es aquí donde empezamos a ser serios, fuera de nuestas chaquetas y fuera de la silla: ahora montamos juntas para extraer el último resto de energía de este caballo, que finalmente lo dejamos en el suelo con poca energía suficiente para besarnos los botines.